Paco llegó para quedarse. No es un visitante temporario, no es un turista. Se ha instalado entre nosotros. Está en la escuela, el club, la esquina, el boliche, la cancha. A veces manda a alguna de sus malas compañías: el alcohol, la marihuana, el pegamento; con ropa más fina o más ordinaria, pero complotados para el exterminio, unas veces le allanan el camino y otras completan su obra.
Por más que le demos casi un sobrenombre simpático, paco es una bestia apocalíptica que pisotea, destruye y mata. Como las peores de las fieras depredadoras, sólo le interesa destruir.
¿Estaremos ante un flagelo tan serio que pone en riesgo el presente y el futuro de nuestros jóvenes? ¿A cuántos tenemos que ver padecer y morir para llamarle genocidio? Con cada uno que "se anima" a probar o es empujado al consumo, somos muchos los que fracasamos: familia, amigos, escuela, iglesia, barrio La sociedad toda.
En esta lucha, estamos perdiendo. El tejido social desgastado en los años 90 se volvió muy frágil para sostener, para hacer "el aguante" a tanta angustia y decepción. No hubo en estos ámbitos programas serios. Sí hubo un sistema infernal que se ocupó (y se ocupa) de generar consumidores, distribuidores, controladores, buchones, coimeros. Se perdió soberanía sobre nuestros jóvenes y sobre algunos territorios mal llamados "liberados".
Sin ser excluyentes, hay cuatro aspectos que son núcleos centrales en esta problemática: la articulación mafiosa, los adultos ausentes, la pobreza y la carencia del sentido de la vida en los jóvenes.
La droga tiene que ver con el crimen organizado por dinero. El narcotráfico, la trata de personas, la venta de armas, son grandes negocios. La corrupción y la mentira son sus aliados. Se organizan con armas y equipamiento. Compran voluntades, palabras o silencios. Oprimen a barriadas enteras con el miedo y la violencia. Solventan campañas políticas. Lavan dinero en la industria de la construcción (verdadero boom inmobiliario), lugares de juego, compra y venta de deportistas. Secuestran, torturan y matan. Contratan mano de obra barata para distribuir y colocar sus "productos".
Las organizaciones criminales disputan y copan territorios. Se mueven con impunidad. Los jóvenes de Sendero Luminoso de Perú hoy organizan el narconegocio que mata. También los de las FARC de Colombia. ¿Y cuántos otros? ¿Qué sucedió para que un individuo que estaba dispuesto a dar la vida por una sociedad justa hoy se haga opresor de la juventud? Se han convertido en aquellos que decían combatir, cipayos de la sinarquía internacional del dinero.
Llama la atención la ausencia de sanción del delito. No se percibe decisión vehemente y firme por denunciar, perseguir y desmantelar las organizaciones de los traficantes de muerte. Son como nidos de víboras, que se sabe dónde están pero en los que nadie quiere poner mano.
La materia prima, que se cosecha en Bolivia, Perú, Colombia, pareciera desmaterializarse en sus países de origen, y recobrar consistencia de manera espontánea en "cocinas" de La Matanza. Cada tanto, se secuestra algún cargamento, pero ¿qué pasa con nuestra soberanía aérea, terrestre y naval?
No se ejerce una fuerza proporcional al daño y poder de estos mercaderes de la muerte.
Es común oír: "No se le puede pedir todo a la escuela" en boca de algún funcionario. Tampoco se le puede pedir todo a la familia que está desarticulada; no se le puede pedir todo al municipio, a la policía, a la Justicia Como si fueran ventanillas diversas o dependencias que funcionan en distintas sucursales. Los adolescentes y jóvenes nos piden todo en la escuela, en casa, en el barrio. Sólo uniendo voluntades y no fragmentando responsabilidades se logrará algo.
La inoperancia y la lentitud parecen ser competencia de todos; resolver el problema, de nadie. Todos dicen estar desbordados, con una sobredosis de tarea y burocracia que no les permite actuar. ¿A quiénes beneficia esta situación? ¿A los adolescentes y jóvenes? Claro que no.
Esta realidad de debilidad social para enfrentar el problema se apoya en adultos a veces incapaces de escuchar a los jóvenes, de acercar el corazón, de marcar algún límite. Pareciera percibirse una especie de "miedo a los jóvenes", a no tener respuestas adultas a sus cuestionamientos.
Pobreza, exclusión, falta de trabajo. Barrer bajo la alfombra lo que nos pasa y mirar otra realidad imaginaria es lo peor que podemos hacer. Imposible la escolarización, en la escuela actual, aunque la ley disponga la obligatoriedad hasta completar el ciclo secundario.
Duele el silencio de esta situación en la ley de Educación aprobada hace tan pocos meses. No se tiene en cuenta a los repitentes habituales, los que abandonan el sistema o son expulsados por él; los que llegan a clase alcoholizados o dados vuelta.
Paco sigue libre. Sus colaboradores y secuaces también. Sus consumidores, cada vez más esclavos. El índice de desocupación en los jóvenes es el doble del promedio nacional. Están más expuestos al precipicio de la nada.
Paco es una droga barata. Te mata el hambre, te mata el frío, te mata Y mata preferentemente a los más pobres. Los va desmoronando en cámara lenta. A otros los empuja al delito cada vez más violento. Poco vale la vida propia y menos aún la vida de los demás, sean ellos vecinos, ricos, pobres, policías, ancianos.
Paco está despenalizado. Es inimputable. La mejor prevención -acaso la única perdurable- tiene que ver con generar conductas no adictivas, y la única manera de generar conductas es a partir de fortalecer valores. Porque poco se logra con el no a la droga sin un fuerte sí a la vida. A una vida que merezca ser enfrentada cada día, con desafíos a la medida humana y joven. Vale el esfuerzo de salir a buscar trabajo si en algún momento se encontrará uno, vale estudiar si podré ejercer esa profesión, vale el amor si se puede y se alienta a formar una familia; vale participar en política si buscamos el bien común, vale confiar en la justicia si se dará a cada uno lo que corresponde.
¿Estamos apostando a fortalecer la familia? ¿Estamos ayudando a los adolescentes y jóvenes para que se entusiasmen por el amor y la fidelidad? ¿Los estamos incentivando a que estudien porque vale la pena?
Mientras en el aula, en casa, en la televisión y la radio le digamos cosas contradictorias, poco les ayudamos a afianzar conductas y valores.
Los jóvenes se sienten sin raíces obligados a afrontar un presente fugaz y un futuro incierto. Muchas veces no encuentran adultos disponibles a la escucha y la comprensión. La palabra a-dicto es de raíz latina: "no decir" hace referencia al que "no habla, no cuenta lo que le pasa".
La drogadicción en los jóvenes no es sólo un problema de "sustancias", es un problema de cultura, de valores, de conductas, de opciones (opciones posibles, claro). Es expresión de un malestar profundo, lo que algunos llaman "vacío existencial". Experiencias de padres autoconvocados son valiosísimas y hay que promoverlas. Sólo el amor por los jóvenes podrá movilizar fuerzas creativas de cambio. El espanto sólo saca de nosotros queja, miedo y paraliza. Valorar la vida como un don a desarrollar cargado de sentido. Todo un desafío no apto para mediocres.
El autor es obispo de Gualeguaychú, delegado para la Pastoral de Juventud por la Conferencia Episcopal Argentina
1 comentario:
Seria bueno que los políticos se hicieran cargo de esto y buscaran una solución.
Dario
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