Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes solo necesitan saber a dónde van. José Ingenieros

lunes, febrero 19, 2007

Mitos Argentinos


Los grandes mitos argentinos
Desde 1983 dos palabras que hasta entonces habían estado separadas en la Argentina, se unificaron: la república, que había sido casi siempre restringida y la democracia, que había sido casi siempre populista. Ahora, con la Constitución en una mano y el libre voto popular en la otra, pareció iniciarse una síntesis fecunda.
Así, por casi 20 años tuvimos experimentos socialdemócratas, neoliberales y coaliciones, como en todo el mundo moderno, más allá de que acá se llamaran peronistas o radicales. Pero a fines de 2001 el intento de democracia republicana voló por los aires para retornar al estado de naturaleza argentino: la anarquía.
Y para exorcizar la anarquía creamos otro modelo -ni autoritario del todo ni democrático del todo- al que hemos dado en llamar la democracia gaucha, que es el intento de reconstruir un sistema político propio basado en varios mitos que aún sobreviven como exitosos en el imaginario colectivo de la sociedad argentina.
Mitos que en otros tiempos fueron contradictorios entre sí pero que ahora conforman una extraña y original amalgama compartida por la clase dirigente en el poder y amplios sectores de la población. Es en base a esta "síntesis mítica" que hoy se busca reconstruir la autoridad, salir de la crisis y encontrar un camino propio de desarrollo. Nadie sabe cómo nos irá, pero veamos los cuatro grandes mitos en los cuales seguimos creyendo y que hoy nos amalgaman socialmente.

El mito revolucionario. Es el más perceptible porque lo promueve el gobierno, pero la sociedad lo tiene poco internalizado a pesar de la inmensa culturización oficial. Es el mito setentista.
Así como Alfonsín llegó al poder queriendo recuperar la “república perdida” en 1930 con el primer golpe de Estado o los liberales volver al orden conservador previo a los movimientos de masas, Kirchner encontró un huequito en la historia desde donde dibujar sus bases fundacionales propias: el breve gobierno de Héctor Cámpora y de la juventud peronista de izquierdas que soñó construir la patria socialista en 1973.
A partir de ese idea fundante, dedujo que el fracaso del camporismo hizo que todo lo que vino después fuera terrible y entonces intenta librar -en el presente- un combate reivindicatorio demorado entre sobrevivientes, muertos vivos o simplemente muertos de aquellos años. Actualizó así la lucha -real o simbólica- contra los militares primero, los peronistas de derecha después y hasta contra el mismo Perón, implícitamente calificado como el gran destructor de ese proyecto socialista que, de haberse impuesto, habría impedido lo que pasó después.

El mito inflacionario. Acá sí hay una enorme coincidencia entre el grupo político hoy en el poder y gran parte de la sociedad. Para ambos la inflación es como el colesterol: hay una buena y una mala, aunque por distintas razones.
Existe un recuerdo colectivo -que se transmite de generación en generación- de lo ocurrido durante los años 50 y 60 del siglo XX en el país cuando muchas familias pudieron comprarse su casa, su auto, su radio FM o su televisor en cuotas que la inflación licuó a casi nada. E inconscientemente sueñan con repetir esa inflación “popular”, aunque luego ella siempre haya favorecido la concentración de ingresos.
La inflación “controlada” (ésa que hoy nos hace tener un índice tres o cuatro veces mayor que la inflación promedio mundial) es uno de los supuestos básicos del modelo actual. Es que éste se edificó no sobre el aumento de la competitividad basada en el aumento de la productividad, sino basada en una política cambiaria favorable a la exportación, que lleva a la inflación.
Como aprendiz de brujo el gobierno supone que una inflación controlada reactiva la economía y, además, le permitirá alguna distribución del ingreso no regresiva si cuenta con el apoyo de los sindicatos y de las "políticas activas" de los Moreno, para atacar a los empresarios que aumentan los precios, de puro malos.
O sea, por abajo el pueblo se ilusiona con ganar a la inflación como le ganó en los 60 y por arriba el Estado interventor y los sindicatos reasumen una razón de ser esencial al controlar los precios o pedir aumentos salariales. Aunque, en los hechos, el pueblo no gane nada con la inflación, sino que siempre pierda. Pero los intermediarios crecen en poder.
El sueño de que a la inflación se le puede ganar es un mito que casi ningún argentino reconocería explícitamente, pero que, a la vez, casi todo argentino defiende inconscientemente. Por su lado, este gobierno sostiene que un poquito de inflación es vida. El colesterol bueno.
Por lo tanto, la inflación sigue siendo en la Argentina, algo políticamente correcto, porque si algún gobernante intenta reducir -frente a una crisis- nominalmente cualquier sueldo en un 1%, lo lincharán. Pero si decide reducir 50% ese mismo sueldo vía inflación, la sociedad lo tolera, como lo toleró en 2002.
La inflación es, entonces, un mal argentino que sólo fortalece a los más ricos pero que da justificativos a los sindicatos y al Estado para que se erijan en defensores del pueblo cuando en realidad actúan como cómplices de su pauperización. No obstante, la inflación sigue siendo míticamente popular por el recuerdo de unas épocas excepcionales que ya no volverán, pero que siguen alimentando los sueños populares.

El mito peronista. Es el sueño de construir un país autosuficiente con autos, aviones, energía atómica, zapatos, caramelos, y todo made in Argentina, como en 1945. Este mito también ha sido transmitido de generación en generación y, gracias al mismo, el peronismo sigue en el poder. La gente lleva en su inconsciente la imagen de aquel peronismo inicial que fue capaz de redistribuir la riqueza con sentido de justicia social. Y espera que lo repita. Pero hoy el mundo es absolutamente otro. Y a pesar de que los pasillos del Banco Central están tan llenos de lingotes como en la época del primer Perón, no se puede redistribuir el ingreso de igual modo aún reiterando los políticas de ese entonces. Pero el mito sobrevive y se sigue esperando del peronismo lo que este dio una vez y ya no puede dar.

El mito agrario. Es aquél que supuso que podríamos vivir indefinidamente de nuestras vacas, de nuestro trigo y de nuestras inagotables materias primas. Aquél contra el que, se decía, Perón vino a luchar para industrializar el país.
Pues bien, la paradoja esencial del modelo actual es que habla como revolucionario industrialista pero actúa como el modelo más viejo y conservador: el agrario. Donde todo se basa en el superávit generado por los altos precios internacionales de la soja y las materias primas.
Un modelo exportador agrario en el cual la lucha por la renta exterior ha devenido en el leit motiv de este gobierno, nos insinúa que, en lo profundo de las conciencias de los argentinos, aún vive el mito que una buena cosecha nos puede salvar por siempre. Que si el campo gana plata nos dará de comer a todos. Que el asado es lo que nos hace fuertes, sabios y argentinos hasta la muerte.

El quinto mito. Sobre esos cuatro grandes mitos históricos se ha hecho la democracia gaucha, esa que hoy practican los gobernantes con el apoyo implícito -no entusiasmado pero sí mayoritario- de una sociedad que comparte la misma escala de valores que sus gobernantes, aunque los desprecie por sus conductas.
Se trata, quizás, de la condena por la cual Dios impone a los argentinos el eterno retorno debido a algún pecado que ignoramos y por el cual deberemos repetir una y otra vez la misma historia... cambiando todo para no cambiar nada.
Y así como en peronismo de derechas de los 90 se hizo “liberal-gorila” proclamando a Rojas y Alsogaray como sus mentores intelectuales, el peronismo de izquierdas del nuevo siglo grita su filiación revolucionaria e industrialista, pero en la práctica termina rindiendo pleitesía al mito agrario: la cosecha salvadora.
Viviremos entonces de rentas mientras dure la buena racha internacional y luego -cuando ella termine- veremos lo que haremos, como ocurrió un siglo atrás. Mejor dicho, vivirán de rentas los que tienen campos. Y subsidios. Y amigos en la política. Y el resto de la población mirará, sólo mirará cómo viven de rentas los que tienen rentas, con la esperanza de que algún día algo de ese maná se derrame hacia abajo.
Es que a todos los mitos citados los sostiene un quinto mito, el más poderoso de todos: el de que Dios es argentino -pese a tantos castigos que nos infringió- y que entonces algún día hará el milagro que nosotros no supimos hacer por nosotros mismos.
"Diario Los Andes"(Mendoza) Gracias Hector

No hay comentarios.: