Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes solo necesitan saber a dónde van. José Ingenieros

lunes, julio 19, 2010

Homosexualismo abierto, ni novedoso ni moderno

Homosexualismo abierto, ni novedoso ni moderno
JOSÉ BRECHNER

Toda persona tiene derecho a hacer con su mente, con su cuerpo y con su vida, lo que mejor le parezca, siempre y cuando no haga daño a los demás. Esa es la base de la libertad individual.

Un ser racional y decente, ni siquiera debería necesitar de nadie que lo gobierne. Pero sin autoridad ni leyes caeríamos en la anarquía y no faltaría aquél que se aprovecharía de los otros. Por lo tanto, tiene que haber un marco de contención inteligente para la convivencia social que ponga límites a los excesos.

Las normas de vida moral que han dado origen a la civilización occidental, se fundan en principios de la tradición judeocristiana que siguen siendo los más atinados, sólidos y duraderos que ha conocido la humanidad.

La vida civilizada comenzó cuando la mujer dejó de ser promiscua, eligió un solo hombre como acompañante sexual, y éste asumió su responsabilidad paterna al saber que el hijo que nació de su semilla le pertenece. Así nació el matrimonio y la institución familiar.

Como si faltasen problemas más importantes que atender, Occidente se encuentra hoy en controvertido dilema con la legalización de los matrimonios homosexuales.

La homosexualidad, hasta hace algo más de 30 años, era considerada una neurosis, pero por razones más políticas que científicas, los psicólogos decidieron que dejó de ser una enfermedad mental para pasar a ser una preferencia sexual. De ahí en adelante los homosexuales salieron del closet y empezaron a mostrarse libremente, buscando y recibiendo la aceptación de sus congéneres heterosexuales.

Los homosexuales vieron que se les abría una amplia puerta de asentimiento y aprovecharon para organizarse políticamente bajo el “Movimiento Gay”, aduciendo que eran discriminados.

Que fueron perseguidos y estigmatizados es verdad. Sin embargo, en épocas modernas, el homosexualismo, por regla general, fue discretamente tolerado antes que reprimido.

Que personas adultas hagan lo que deseen a puertas cerradas, es problema de cada uno. Pero institucionalizar las relaciones homosexuales, por ser una “preferencia”, es abusar de la corrección política.

El argumento más fuerte y según los homosexuales, el más sólido para justificar su comportamiento, es que la homosexualidad es natural; dicen que vinieron al mundo con esa tendencia. En ciertos casos es verdad, pero no en la mayoría. Sino no se hubiese puesto de moda en diversas épocas y lugares.

La naturaleza terrestre tiende a la vida, y para que haya vida debe haber procreación. Las plantas como los animales buscan la perpetuación de su especie.

Una abeja que lleva el polen de una flor a otra para que ésta germine, está llevando la semilla del macho a la hembra. No puede haber procreación sin macho y hembra.

Si todos los homosexuales se van a vivir a una isla, al cabo de tres generaciones habrán desaparecido de la faz de la tierra. Por lo tanto la homosexualidad no es natural. No es vida, sino muerte.

El Congreso Argentino entró en debate por la aprobación del matrimonio homosexual, de igual forma que está sucediendo en Estados Unidos y otros países. Sus defensores se creen modernos, como si trataran algo novedoso. Parece que no se enteraron de la historia de Grecia, Roma, Sodoma y Gomorra.

En Grecia la práctica homosexual más común era entre hombres adultos y jóvenes adolescentes: la pederastia.

Inicialmente los romanos condenaron ese comportamiento considerándolo degenerado, pero con el tiempo fue adoptado por su cultura bajo el Emperador Adriano que era admirador de los helenos. Llegó a su zenit bajo el decadente gobierno de Cómodo (177-192) que llevó a Roma a su peor crisis desde Calígula y Nerón.

La historia de Sodoma y Gomorra es conocida por todos.

Cuando un niño ve a dos hombres besándose y acariciándose en público, en un acto socialmente aceptado, le crea conflictos de identidad, y lo más probable es que busque su primera experiencia sexual con su amiguito, o amigote. ¿Es eso lo que desean los legisladores de sus hijos?

En los países de habla inglesa el problema es mayor, porque la palabra “gay” significa “divertido”. Haciendo más tentadora la aventura. ¿Si es divertido y legal, por qué no intentarlo?

Si se legaliza el matrimonio homosexual, Pedro y Carlos pasarán a constituir una institución familiar, destruyendo el concepto tradicional de papá y mamá. Los programas de TV, mostrarán, como ya viene sucediendo, los “matrimonios alternativos” como forma “natural” de convivencia.

Los homosexuales tienen derecho a practicar su estilo de vida entre ellos, privadamente, pero no tienen derecho a institucionalizarlo, e imponérnoslo a los demás.

La historia es repetitiva e infalible. Cuando todo vale, nada vale. Ninguna civilización ha sobrevivido al homosexualismo abierto.

www.josebrechner.com

jueves, julio 01, 2010

PARA LOS SUB 60 - Eduardo Galeano

Este texto no tiene desperdicio.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.


¡Ya se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de.... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Hasta aquí Eduardo Galeano